Para hablar de cómo podemos empezar a integrar diferentes creencias en nosotros, te contaré un cuento que escribió John Fowles en 1977. Se titula El Mago
Las creencias son pensamientos acerca de nosotros mismos y los demás y las circunstancias que poseen una carga emocional.
No están basadas en hechos sino en nuestra percepción de los acontecimientos que les dieron forma.
Al estudiar a personajes que destacaron por su grado de excelencia, hallamos ciertas creencias centrales que sustentaron su habilidad para lograr sus propósitos y hacerlo bien. Se trata de las creencias para alcanzar la excelencia.
Podemos probarnos esas creencias y observar las consecuencias que se derivan de sostener que son ciertas. Al probárnoslas descubrimos cuales funcionan bien en nuestro caso y con el tiempo podremos hacerlas nuestras.
Para hablar de cómo podemos empezar a integrar diferentes creencias en nosotros, te contaré un cuento que escribió John Fowles en 1977. Se titula El Mago
Había un joven príncipe que creía en todo menos en tres cosas. No creía en princesas, en islas ni en Dios. Su padre, el rey, le dijo que tales cosas no existían. En los dominios de su padre no existían las princesas ni las islas y no había señal de Dios.
El joven príncipe creyó a su padre.
Un día, el príncipe huyó de palacio y se adentró en el país vecino. Allí, atónito, vio que toda la costa estaba repleta de islas, y en ellas encontró a extrañas e inquietantes criaturas que no se atrevió a nombrar. Mientras buscaba un barco, se aproximó a él, un hombre vestido de gala paseando por la orilla.
– ¿Son esas islas de verdad? – Preguntó el joven príncipe
– Por supuesto que son reales – Replico el hombre.
– ¿Y esas criaturas extrañas e inquietantes?
– Son auténticas y genuinas princesas
– Entonces, ¡Dios debe existir!
– Yo soy Dios – Replicó el hombre con una inclinación de cabeza
El joven príncipe se apresuró a volver a su país.
– Así que has vuelto – Dijo su padre el rey.
– He vistos islas, princesas y a Dios – Dijo el príncipe con aire de reproche
El rey no se inmutó.
– No existen las islas ni las princesas reales, como tampoco existe Dios.
– Pero yo los vi.
– Dime hijo ¿Cómo iba Dios vestido?
– Dios llevaba una túnica de gala
– ¿Llevaba las mangas enrolladas?
El joven recordó que era así. El rey sonrió.
– Ese es el atuendo de un mago. Lo que te ha mostrado es una ilusión.
Al oír esto, el príncipe volvió al país vecino y se dirigió a la misma costa de antes. De nuevo se encontró con el hombre de la túnica.
– Mi padre el rey me ha dicho quien eres – dijo el joven con indignación – Me engañaste antes, pero no lo harás esta vez. Ahora se que no se trata de islas ni de princesas reales, porque tu eres mago.
El hombre de la orilla sonrió.
– Tú eres el que estás equivocado muchacho. En el reino de tu padre hay muchas islas y princesas. Pero vives bajo su hechizo. Así que no lo puedes ver.
El joven regresó a palacio pensativo, y cuando se encontró con su padre le miró a los ojos.
-¿Padre es verdad que tu no eres un rey de verdad, sino solo un mago?
El padre sonrió y se enrolló las mangas.
– Si hijo solo soy un mago.
– Debo de conocer la verdad, ¡la verdad más allá de la magia!
– No existe ninguna verdad más allá de la magia – replicó el rey
El príncipe estaba lleno de tristeza y dijo:
– Me mataré.
El padre con su magia hizo que la muerte apareciera. Ésta se situó delante del príncipe y le exhorto a que se acercara. El príncipe sintió un escalofrío. Recordó las bellas pero irreales islas, las bellas pero irreales princesas.
– Vale – replicó – Puedo soportarlo.
– ¿Ves hijo? – Añadió el rey – Ahora tú estás empezando a ser mago también.